Poemas: Canto de Varón
Adianys González Herrera
Hueso mío:
No ignoro la voz de Padre y de lo vivo: ¿por cuál razón quebrar nuestro nacimiento?
Ocultas están las semillas de polvo que me insufló.
¿En qué sitio mi cuerpo protege esa alianza de aire que los árboles no recuerdan, ni las pupilas del tigre muerto?
Era yo solo tierra enamorada, del agua enamorada, amasijo manoseado de sus manos.
Tenía oídos pero no el sonido, tenía ojos pero no la visión: un adorno.
Un día el águila se asomó a mis ojos y en sus pupilas padre llovía mientras daba forma a mi corazón.
Era el antes del aliento.
Algo quedaba de sí mismo: no el fuego invisible de sus dedos amoldándome, los ojos o las caracolas de las rodillas, sino otra agua salada que viene de adentro e inunda.
Fue en mí el aire, brisa silenciosa de su voz liberándome del polvo mojado.
Una espuma de aliento.
La impaciencia suave y bárbara nació en el centro de mi voz.
Yo estuve en el vientre de padre, pero no era el suyo el de animales, su vientre era lo vivo, pálpito sobre el que cabalgaba.
Lo amaba, amaba mi cuerpo y mi esencia.
Con ese aliento me sacó del jardín de su vientre, me amasó y puso a la sombra.
Me lo dijeron los ciervos, me arrastraron al monte y a orillas del río me mostraron en sus ojos.
Hablaron las nervaduras de las hojas y pude sentir en mí a Padre.
Todos me compartieron su nacimiento y mi ausencia.
Estaba con él lo vivo, y estaba con él la muerte.
Creció en mí entonces la vida y pereció en mí.
No sabía nombrarlas pero Padre me mostró su pensamiento: toda la creación germinando dentro de sí, eternamente.
Entonces fui canto firme de aves, rugido, prudencia, silencio e inquietud.
Fui el cuerpo donde bebió lo vivo, y se mostró todo lo creado.
Vino el sol a calentarme y le dije «llévate esta luz, ilumina a la luna si quieres».
Intentó el agua humedecerme y le hice lagos a su piel, le dije «ve a dar de beber a las bestias sedientas y a nutrir las nubes».
Con mis yemas toqué el fuego que dejó el relámpago y él se prendó de mi piel, le pedí se marchara bajo las montañas, entre las piedras, que se presentara solo cuando fuera llamado.
Con los nuevos frutos del manzano, y después los recientes, creció un viento que me abrumó de lo vivo, de las aguas, de Padre.
Sopló en mí la abundancia y ese vacío que tiene la abundancia, frío en que caí como cascada hasta hastiarme.
¿Acaso este desamparo proviene de Padre, en él que todo existe y se ordena?
No sé el nombre: lo llamo soledad.
II
Hueso de mi hueso:
¿Quién eres, cuerpo mío fuera de mí, que naces del desamparo de los dormidos?
Cuerpo semejante y diferente a las bestias y las aves, a los mares y los árboles, aunque están en ti.
Eres como aquel vientre del padre, asomo de lo vivo.
Tienes en la piel la sensación lumínica y lunar, en tu cabello el viento desparrama olas, y al caer, ciervos dormidos abrazan tu espalda.
Es tu lengua un torbellino que impulsa la espuma hasta las rocas y tus labios una rosa de algodón abierta y húmeda.
Ishsha: Ishsha de tierra y mar, fuego y aire.
Arruinas a las estrellas con tus ojos. Tus ojos extasiados ante la respiración del árbol.
Hueso mío, yo que no he ignorado la voz de nuestro Padre y la sinfonía de lo vivo, ahora me acostumbro a ser un insecto caliente que busca la luna en ti.
Soy otro ciervo atento al murmullo de la tierra bajo tus pasos.
Hueso mío, ahora que te conozco, me conoce la soledad.
Sencillamente bello.
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